Puede que Putin hubiera decidido marcharse después de 2024, pero los recientes acontecimientos han dejado al país sin otra alternativa que la de su gobierno sin fin.
Pavel Slunkin l El Confidencial
El año pasado, Rusia celebró un referéndum sobre una reforma constitucional cuya intención original había sido la de permitir, eventualmente, una transición ordenada en el poder para Vladimir Putin. Sin embargo, la reforma terminó siendo poco más que una anulación de la cantidad de mandatos presidenciales que Putin puede cumplir. Expertos sugieren que este truco tan obvio se debe a que el presidente no estaba dispuesto a ser un ‘lame duck’ (“pato cojo”, expresión para referirse a los mandatarios que están en la última fase de su Gobierno) ante los ojos de la sociedad y de las élites políticas varios años antes del final de su mandato.
Es posible que originalmente el presidente hubiera decidido marcharse después de 2024, pero los recientes acontecimientos en Rusia, probablemente, han dejado al país sin otra alternativa que la de su gobierno sin fin. En los últimos años, la imagen de Putin entre los ciudadanos rusos ha pasado de ser la de un «líder nacional fuerte y justo» a una asociada con la corrupción y el amor por el lujo. Las acusaciones sobre su participación en el intento de asesinato de Alexei Navalni el año pasado le dejan sin posibilidad alguna de un futuro seguro después de la presidencia. Es poco probable que una inmunidad vitalicia contra el enjuiciamiento en Rusia o la protección proporcionada por el Servicio de Protección Federal —o, por ejemplo, un cargo simbólico en el Parlamento— le den mucha sensación de seguridad personal. Putin conoce como nadie el precio del imperio de la ley en su país. También sabe muy bien cuáles pueden ser las consecuencias de perder el poder.
En tales condiciones, una transferencia de poder, incluso hacia uno de los colaboradores más leales de Putin, se ha vuelto extremadamente improbable. Cualquier reemplazo heredará los mismos poderes ilimitados de los que ahora disfruta el presidente de Rusia, lo que significa que eventualmente podrían volverse contra su predecesor. Tratar de controlar a un nuevo presidente sería demasiado arriesgado. Incluso el leal y poco carismático Dimitri Medvedev mostró periódicamente durante su breve presidencia una independencia excesiva, y eso a pesar de que Putin aún disfrutaba de un enorme apoyo popular y seguía siendo el verdadero líder a los ojos de la mayoría.
En la actualidad, el índice de aprobación de Putin lleva tiempo en un punto considerablemente más bajo y el presidente se ha visto envuelto en una serie de historias desagradables de las que no puede despegarse. Además, no cuenta con los recursos —o las ideas— para recuperar el aprecio popular de antaño. Por lo tanto, cualquier sucesor de Putin, tarde o temprano, se verá tentado a distanciarse de él tanto como sea posible, lo que significa que no estará bajo su control o influencia.
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